sábado, 19 de octubre de 2013

El amor más intenso

Capítulo 5

Layla
Una semana más tarde, en su habitación, Layla se ajustaba el corpiño del corsé de su largo vestido hasta dejarlo perfectamente sujeto. El cabello le caía trenzado por la espalda en suaves hondas, como un camino serpenteante.
Respiró hondo mirándose en el espejo del baño. La lámpara de gas situada en la parte superior de la pared le daba a la habitación una atmósfera cálida y muy segura. Se miró nuevamente en el espejo examinando su figura, algo desconcertada con lo que veía, ya que el atuendo que la rodeaba no era algo a lo que estuviera remotamente acostumbrada. Pero se alegraba de haberlo conseguido. Por fin llegaba el final del curso y tendría que tomar una decisión…
Layla frunció el ceño y paró en seco el rumbo de sus pensamiento, llevándolos hacia temas más mundanos.
La luz en el cuarto hacia que su aspecto pareciera fuera de lugar en ese preciso momento. Se había acostumbrado al talento de Daniel con las velas, ya que era toda la iluminación que él utilizaba en su habitación.
Ella adoraba esa costumbre y al mirar a su alrededor, deseó tener a Daniel junto a ella en ese momento.
Caminó de regreso a su habitación para comprobar el trenzado de su cabello. No es que a ella le importara realmente pero quería estar perfecta para él. Tan perfecta como lo sentía a él siempre. Quería estar a su altura y sentirse hermosa cuando Daniel la mirara… Quería…
Suficiente, ricitos de oro Pensó sacudiendo la cabeza mentalmente.

Fuera el cielo estaba nublado. Las nubes se iban desplazando con rapidez y sutileza a la vez, dejando entrever el cielo que comenzaba a oscurecer con el caer de la noche.
Layla buscó por la habitación sus zapatos suspirando alegremente. En realidad, si se hubiera podido deshacer de algo en ese momento, los zapatos hubieran corrido un grave peligro. El punto bueno era que el vestido azul marino que llevaba le llegaba hasta el suelo y los zapatos no se verían, por lo que escogió unos de tacón bajo y muy cómodo.

Todo el asunto de prepararse para el baile le había traído añoranza.
Aunque desde que estaba con Daniel había conseguido alejar los malos recuerdos de la cabeza la mitad del tiempo, en ese momento sintió una punzada en su pecho mientras una imagen se filtraba por sus pensamientos. El vago recuerdo de su madre trenzando su pelo cuando era niña.
Dios, cuanto habría deseado poder tener a una madre que la ayudara a prepararse para el baile de fin de curso y ese tipo de cosas tan normales que cualquier chica había tenido la oportunidad de vivir. El hecho de que su pareja fuera, de hecho, un vampiro hacía que todo el asunto de querer normalidad no tuviera mucho sentido. Y le gustaba de esa forma. Este era su mundo.
Se recostó por un momento en las suaves y frescas sabanas de satén que cubrían su cama, aspirando el sabroso olor de Daniel en ella, y sintiendo su presencia como si estuviera allí mismo. Con los ojos cerrados aún, recordó todo lo que habían pasado estos días. Daniel le había mostrado las ventajas que conllevaba vivir en su mundo y ella sabía que había aprendido a controlar su deseo de sangre hacia ella.
Se había dado cuenta una noche mientras dormían.
Layla se había despertado de repente a causa de un sueño e intentó reacomodarse nuevamente en el pecho de Daniel, arrastrándose desde su posición hasta llegar a él. Cuando se había acercado, la respiración de él había captado su aroma y sus colmillos se alargaron instantáneamente.
Daniel abrió los ojos de repente, mirándola fijamente por unos segundos de arriba abajo, suspirando. Las blancas puntitas que sobresalían por debajo de sus llenos y seductores labios le había parecido lo más sexy que podría haber visto al despertar.
Daniel la había tomado por la nuca y había acercado su cuello a su nariz para poder olerla mejor. Sus grandes manos la acercaban con anhelo.
Aspiró su olor como si fuera lo más sabroso que había olido nunca. A ella le encantaba cuando hacía eso, y una parte de ella deseó que hundiera los colmillos en su vena y así, poder alimentarlo. El hecho de poseer lo que él necesitaba para vivir, dentro de ella, y poder dárselo…
Layla quería alimentarlo, llenarlo… y no esperaba que nadie la entendiera. Casi no lo entendía ni ella misma
Pero él le había besado el cuello de arriba abajo y cuando volvió a mirarlo, sus colmillos había vuelto a la normalidad.
Le había dicho en más de una ocasión lo mucho que deseaba su sangre, pero prefería mantenerla a salvo, incluso aunque no corriera tanto riesgo.
Su salud era lo primero para él, asique había dejado correr el tema.

Layla abrió los ojos y recordó que pronto se encontraría con Daniel. Recogió su abrigo y se dirigió hacia la puerta una vez estuvo segura de que todo estaba en orden. Mientras lo esperaba supo que su decisión era acertada.

Después de un momento Daniel apareció caminando lenta y grácilmente por el pasillo de la torre donde estaban sus habitaciones. No había otros estudiantes merodeando por ahí, por lo que imaginó que todos ya estarían en el salón principal.
Cuando lo miró acercarse con su paso firme y majestuoso llevando su abrigo cuidadosamente doblado bajo el brazo, se sintió como si ambos hubieran viajado a otra época. A pesar de su elegante atuendo negro de arriba abajo y su suave cabello, que caía desinteresado por su frente, Daniel rezumaba poder con cada zancada que daba hasta llegar a ella. Su marcado mentón y sus agudos pómulos lo hacía parecer temible a pesar de todo, y Layla se sintió segura a su lado.
En ningún momento sus ojos abandonaron su figura, y un calor le llenó el pecho cuando su mirada se impregnó de deseo.
Daniel era tan perfecto, también debido a que encajada a la perfección con el tema Victoriano del baile.
Daniel pertenecía a ese mundo.

Daniel
Mientras se aproximaba hacia la puerta de Layla, Daniel pensaba en la noche que les esperaba. Reacomodó la manga derecha de su camisa y el abrigo que sujetaba, acercándose por el pasillo hasta sentir el suave y encantador olor que desprendía Layla.
La vio parada junto a la puerta de su habitación con el corpiño del vestido ciñéndose y pronunciando sus pechos. Su delgada cintura se acentuaba debido a la falda que caía del vestido. No era muy abultada y eso era lo que más le gustaba de ella. Daniel la había convencido para regalarle un vestido acorde con el tema victoriano del internado, y no le extrañaba que Layla hubiera escogido el menos pomposo. Sin embargo, estaba espléndida y deseó bajar para poder demostrarles a todos que ella era suya…

-Estas hermosa esta noche…- dijo pegando su cuerpo al suyo para sentir su calor – Bueno, sería más apropiado mencionar que estas hermosa todas las noches.
Daniel le tomó la mano y la pegó a sus labios mientras se inclinaba lentamente, siguiendo un poco más con la broma.
La suave y cantarina risa de ella, le llenó el pecho y no puedo resistirse a besarla ardientemente posando la mano en la parte trasera de su cintura para acercarla más a él. En un instante los brazos de Layla estaban enroscados en torno a él mientras sus besos se volvían cada vez más insistentes. Tras un momento, la tomó de la mano y comenzaron a caminar por el pasillo hacia la escalera que bajaba hacia el salón principal.
Las lámparas de gas que iluminaban el pasillo la hacían verse todavía más hermosa. Si eso era posible.
-Estás…- dijo ella parándose un momento para pensar en el adjetivo adecuado - no estoy acostumbrada a verte tan elegante.
-Entonces aprovecha, porque dudo que vuelvas a hacerlo
Daniel soltó una limpia carcajada mientras se aproximaban a la escalera.
-¿Estás seguro de esto? – le preguntó Layla señalándose el vestido y con un gesto abarcando el salón al que estaban por llegar.
Daniel le acarició la clavícula, no pudiendo resistirse a tocar la suave piel.
Cuando ella se estremeció, respondió.
-Sí. Además de esta forma puedo mostrarte un poco el estilo de vida que existía cuando aún era humano – esto último lo dijo bajando la voz para que solo ella pudiera oírlo.
Juntos se acercaron a la gran escalera que descendía majestuosa. Ella bajaba tomada de su brazo, no porque lo necesitara sino por quería seguir en contacto con su cuerpo.

-¿formabas parte de la aristocracia? – Layla parecía sorprendida –Bueno, tienes unos modales impecables en la mesa, y la mayoría del tiempo pareces sacado de una revista porque cualquier prenda te queda estupenda.
Ahora que lo pienso, no me asombra tanto- Su tonó juguetón hizo que tuviera ganas de hacer muchas cosas que no eran apropiadas para hacer en público.
Ambos terminaron de bajar y él sintió la admiración que apreció ella al ver la elaborada decoración victoriana.
Daniel sonrió alejando esos pensamientos de su mente, mostrando una hilera de perfectos dientes alineados unos con otros. Lo que los demás no sabían era que sus dientes eran tan fuertes como para masticar granito.

Ella se fijó en ellos y sus labios se entreabrieron tiernamente. Su ceño se frunció mientras pensaba concentrada en algo. Percibió en el aire la ansiedad que le causaba lo que estaba pensando. Deseó saber de qué se trataba pero no sería grosero. No se metería en su cabeza para atisbar sus pensamientos. En cambio dijo:
-Bueno digamos que mi familia perteneció a una clase favorecida durante mi juventud. No figurábamos entre las familias más importantes pero aún vivíamos según el estilo de vida aristocrático, mientras mucha gente no tenía para comer. Aquello era algo que no comprendía y mi padre creía que estaba loco por preocuparme por esos meros detalles.
Antes de que me convirtieran, mi familia fue declarada en banca rota. Mi madre cayó enferma por la presión de la clase social y la enfermedad se apoderó de ella. Durante ese ultimó año mi padre hizo lo posible por ayudarla, pero la “Demencia precoz” como lo llamaban en esos tiempos,  iba muy avanzada. Supongo que ahora la podrías llamar Esquizofrenia.

No sabía porque pero no había podido dejar de hablar. Era un idiota, ¿Quería quitarle la ansiedad contándole este tipo de historias? Esta no era las de y-vivieron-felices. Pero Layla no lo miraba con ansiedad sino con pesar.
-No quiero ni imaginar por lo que tuviste que pasar siendo tan joven. Es decir, a los veinte nadie quiere ver a su madre de ese modo. Lo siento mucho…
Layla tomó su mano y se la apretó.
Dejó de lado el tema y se centró nuevamente en ella. No quería pensar en los prematuros años de su vida, que ahora se arremolinaban como escenas de una vida que no era suya. No quería recordar la “aún educada” demencia de su madre. Ni la silenciosa desesperación de su padre, pretendiendo que todo estaba bien. Ellos habían sido víctimas de la presión que sufrían las familias “adineradas” a ver su “fortuna” pendiendo de un hilo.
No culpaba a sus padres por su forma de pensar. Habían crecido con esa mentalidad y desde luego no la habrían cambiado.
Empujó los amargos pensamientos al fondo de su mente e inspiró de forma mecánica.
Los olores de todos los estudiantes se mezclaban en el gran salón, pero sin ninguna duda el aroma de Layla se anteponía al de todos los demás, inundando su nariz con el rico olor de su champú. Los estudiantes de apretujaban bailando en el centro del salón, pero no les prestó atención. Podría mirarla por el resto de la noche y no se cansaría. Diablos, podría mirarla por el resto de la eternidad.
-Amor- hijo acercándose a su oído- hueles increíblemente bien.
La risa juguetona que soltó ella y la mirada de anticipación de ambos, los hizo ver como dos tontos enamorados. Y le daba igual. Hace unos meses, se hubiera reído de sí mismo al verse tan atrapado con una hembra. ¿Ahora? No encontraba una forma de detener todo lo que estaba sintiendo por ella y tampoco quería. Estaba enloquecedoramente enamorado.
Sintió como ella se acercaba del mismo modo al cuello de su camisa para olerlo. Sus grandes hombros la cubrieron.
-Eso no puedo rebatirlo-repuso con voz inteligente- Pero soy no quien mejor huele esta noche.
Layla posó un juguetón beso en su cuello mientras arañaba su piel con sus suaves dientes.
Eso calentó su cuerpo al instante. Dios, ella lo volvía loco.
Estaba perdidamente loco por ella…
Mientras una nueva canción comenzada a inundar el salón y los bajos retumbaban en las paredes Daniel la acercó a su cuerpo.
-¿te gustaría bailar? –Por un momento, casi esperó que le dijera que no. Ella no se había sentido muy cómoda los años anteriores cuando se había celebrado este tipo de bailes de Fin de curso, pero de algún modo esperó que aceptara. Él tampoco pertenecía a este mundo. Durante los años que había vivido en la grandeza, nunca se había interesado en este tipo de cosas. Pero ahora que la miraba, tan hermosa con el vestido azul marino contrastando con el color miel de su piel, deseaba vivir esto con ella.
Layla sonrió desprendiendo alegría
-¿de verdad me lo preguntas?- Su voz se alzó segura por encima de la música- No te soltaría ni loca en esta multitud. Todas las chicas te miran esperando que te separes de mi- Layla soltó una risa genuina- Además, no podría rechazarte nunca, estas hermoso con este traje.
Antes de que terminara de hablar se lanzó contra ella mientras se tomaban, encajando como dos piezas que hubieran sido separadas y que finalmente alguien hubiera vuelto a unir en su lugar, donde pertenecían.

Layla

Daniel los incorporó a la pista de baile con un giro limpio.
Layla no podía describir lo que sentía mientras su cuerpo se mecía entre la multitud de estudiantes y Daniel la dirigía de un lado a otro del salón con habilidad y gracia. Sentía como si volara, al notar la pesada pero cómoda falda de su vestido moverse con ella, al son del Vals.
No pensó que le gustara tanto todo el asunto del baile, pero en ninguna de las otras ocasiones había estado Daniel en su vida. Con él, todo era sencillamente mejor…
No tenía que pensar en los movimientos, solo se dejaron llevar por el sonido de la música en sus oídos. Podrían haber estado así durante horas, y solo habría sido aún mejor.
Después de lo ocurrido con sus padres, siempre se había negado inconscientemente este tipo de cosas y ahora se sentía como si por esa noche estuviera experimentando las vivencias de otra persona.
La música y los círculos que trazaban por el salón junto con las otras parejas, la hacía olvidar los sombríos momentos de lo que ahora le parecían pertenecer a otra vida. Una más oscura.
Y todo aquello, solo hacía que quisiera llevar a cabo su decisión en ese mismo momento.
Daniel la besó después mientras daban vueltas y gradualmente se fueron dirigiendo hacia un extremo del salón. Algunos estudiantes que bailaban a su alrededor lazaban furtivas miradas hacia ellos y ella no pudo evitar comparar los suaves y expertos movimientos de Daniel con el intento algo torpe de los acompañantes que se movían próximos.
Su risa se mezclaba con la música y Daniel la miraba todo el tiempo, fijando la mano en su cintura y guiándola. Su sonrisa la hizo sentir bien. Sabía que Daniel no había querido seguir hablado acerca de la develación de sus padres. Por lo que lo había dejado pasar por esta noche, por él.
Y al ver su sonrisa y lo radiante que estaba, su pecho se llenó de orgullo al tener a alguien tan valiente a su lado. Sin duda había tenido que pasar por mucho hasta llegar hasta donde estaban en ese momento y deseó que jamás se acabara.

Lentamente habían acabado por llegar hasta las puertas de cristal que conducían hacia los jardines del internado y en su reflejo pensó que Daniel se veía admirable mientras la sostenía en sus brazos. Deseó salir fuera para poder tener un momento de tranquilidad.
-¿te apetece salir? – Preguntó él. Sin duda había adivinado el rumbo de sus pensamientos.
Ella asintió y ambos giraron hacia las brillantes puertas de cristal. Aquella noche el internado estaba magnífico y la decoración del salón era totalmente exquisita.

Cuando el aire fresco la rodeó y refrescó su pecho sintió alivio. Finalmente la noche se había tornado cálida. Decidió que era el momento perfecto para hablarle de lo que había decidido.
Caminaron en silencio hasta un banco de aspecto antiguo situado un poco más alejado de la multitud de la fiesta.
Sin decir una palabra se lanzaron en pos del otro. Daniel alojó tiernamente sus manos en sus mejillas mientras la besaba como si no la quisiera dejar ir.
Sus manos se enroscaron en su pelo, ya que sabía que a él le encantaba.
-Estas incluso más hermosa a la luz de la luna
Su grave risa retumbo en su cuerpo y ella se sujetó a sus grandes hombros, besándolos
De pronto pensó en lo que le había contado antes de bailar. Había dicho que antes de que lo convirtieran, su familia había sido declarada en quiebra. Pero, ¿Y qué había ocurrido luego?
-Daniel- repuso después de un momento- ¿Qué ocurrió después? Es decir, cuando te convirtieron.
Él la miró por un momento y dijo:
-Unos años después de que mi madre cayera enferma, me encontré en un callejón con una mujer hermosa- Daniel sintió la leve turbación en el rostro de ella pero continuó- No pensé que fuera tan atractiva, sino más bien era su postura al caminar, su forma de moverse y la expresión de su rostro lo que la hacía hermosa y diferente. Mientras pasaba a mi lado, sentí curiosidad al ver a una hembra caminar a altas horas de la noche sin compañía. En un momento estaba caminando y al segundo me encontraba contra la fría pared del callejón y ella me apretaba contra el muro. Fue muy rápida y casi no entendía que estaba pasando hasta que comprendí que estaba bebiendo de mí.
Horrorizado intenté gritar pero mi cabeza comenzaba a nublarse y deje de pensar coherentemente. Lo ultimó que recordé fue un extraño e incitante sabor en la boca. Unas horas después me desperté en el suelo del callejón. Un tipo que pasaba por allí había intentado despertarme.
Cuando abrí los ojos por primera vez, todo era distinto. Nunca entendí qué había llevado a la chica a convertirme.

Layla procesaba aquella información, intentando ponerse en el lugar de él.
¿Qué pasó cuando tus padre se enteraron?- preguntó intentado imaginarse la situación 170 años atrás. Debía de haberse sentido tan perdido…
-Aquella fue la última noche de mi vida como humano, por lo que naturalmente fue la última vez que vi a mis padres. Ellos eran diferentes a mí y mi madre ni me reconocería. Quería protegerlos, me decía. Pero no fue hasta mucho después, que me di cuenta que lo que me había impulsado a huir de aquello era que yo no pertenecía a ese mundo.
Regresé alguna vez para asegurarme de que estuvieran bien, pero nunca dejé que me vieran. Lo último que recuerdo es a mi madre en la cama, con las canas cubriéndole el cabello, y a mi padre junto a ella.
Era mejor de esa manera, ellos debían llevar una vida lo más normal posible.

-¿Pero ellos nunca te buscaron?- Layla preguntó con el corazón encogido. Ambos habían tenido que vivir sin sus padres, por una razón u otra.
-En aquel momento, era fácil que la gente desapareciera. Me buscaron por unos meses, pero pronto pensaron que estaba muerto.
El silencio se extendió mientras la música desde el salón llegaba a ellos. La expresión de él mostraba añoranza.
-¿Quisieras haber seguido siendo humano? ¿Te arrepientes de ser un vampiro?
La respuesta de él fue rápida como el rayo y su voz estaba impregnada de dulzura.
-Si esa respuesta fuera afirmativa, estaría negándome a esto que hay entre nosotros. Si no me hubieran convertido, jamás te abría conocido. Asique no, no me arrepiento de ser quien soy. En este momento amo lo que soy, porque así puedo protegerte. Puedo ayudarte, si me dejas… solo querría pasar mi existencia junto a ti.
Su voz era perfecta y el bajo y profundo barítono de su voz le erizó la piel. Su mano se deslizo por la mandíbula de Layla, como una promesa silenciosa.
El aire se había quedado atrapado en sus pulmones y sentía como si se hubieran tomado unas vacaciones no autorizadas. Solo se quedó mirándolo en la oscuridad de la noche, observando como la luz diamantina de la luna hacía que su piel pareciera aún más hermosa. No podía para de pensar que esa elección de palabras era justo lo que necesitaba para lanzarse. Porque, ¿Y si él deseaba la mismo que ella? Sin pensar demasiado en el tema se tiró a la piscina
-Entonces conviérteme. -Su voz sonaba segura y cálida. Nada que ver con cómo se sentía por dentro.
Daniel frunció el ceño como si lo que acabara de decir lo hubiera tomado completamente por sorpresa. La miró profundamente, no entendiendo cómo era que habían llegado a conclusiones tan diferentes.
-¿Qué?
Ella lo interrumpió antes de que pudiera terminar la frase.
-Por favor… -Su tono de súplica echó a perder el muro de contención en el que se había convertido Daniel. O eso esperaba.
Sus ojos no se apartaban de ella mirándola de arriba abajo, deteniéndose en las curvas de su vestido mientras su expresión se suavizaba. También se quedó mirando detenidamente su cuello, en el lugar exacto donde corría su sangre. El pelo trenzado dejaba vía libre a su imaginación y eso le gustó. Ella también se imaginó lo qué pasaría si al final Daniel la convertía. La imagen de ellos dos juntos mientras él se inclinaba sobre su cuello era completamente sensual.
-Layla, ¿estás completamente segura? ¿Desde cuando quieres esto…?
Ella pensó en la mejor forma de explicárselo.
-Desde siempre me he sentido fuera de lugar en un mundo de humanos. No lo sabía porque aún no existías para mí. Mi vida no era nada antes de conocerte y tú has hecho que ahora quiera vivir para siempre. No soportaría ver cómo te alejas de mi con el paso de los años….Siempre pensé que eras tan diferente a los demás… y cuando supe la verdad entendí por qué yo también soy tan diferente al resto.
Cuando no respondió rápidamente, ella dijo:
-Sólo quiero ser lo mejor para ti. Tú me lo das todo y quiero poder darte esto.
-Dios, Layla tú me lo das todo siendo humana. No tienes que cambiar por mí.
-Pero también es por mí…- su voz era tan baja que casi se convirtió en un murmullo perdiéndose en la noche. Pero sabía que él la había escuchado.
Quizás le disgustara la idea de pasar la eternidad con ella. Quizás lo estaba viendo todo demasiado rápido, quizás lo había asustado. Las cosas no sucedían de ese modo en el mundo normal pero entre ellos nada había sido remotamente normal. Daniel hacía que el mundo que lo rodeaba fuera mágico…    
Ella bajó la cabeza y respiró hondo, en realidad entre sus opciones había esperado algo así. Quizás…

Daniel la tomó en sus brazos rápidamente en un movimiento que casi ni existió, impulsándola hacia su regazo. Sus labios hicieron contacto sin delicadeza, sin dulzura. Fue pura necesidad lo que la inundó, y la ansiedad de sus labios mientras la besaba la hacían querer todavía más… las manos de él recorrían su piel de arriba abajo y una pequeña llama de esperanza de encendió en su pecho.
Daniel la miró a los ojos, apretando la mandíbula. Cuando habló pudo ver las hermosas puntitas de sus colmillos.
-No voy a privarte de algo que quieras…- su voz sonaba ronca y completamente masculina.- Pero debes estar completamente segura, amor. De esto no hay vuelta atrás. Me siento un imbécil por decir esto, pero espero que no cambies de opinión.  

Layla Lanzó un grito a la noche que duró solo un latido. Se pegó a los labios de su amante y lo abrazó con fuerza. Era real, estaba pasando de verdad. Las manos de él recorrían su cuerpo nuevamente, con amor y deseo. Layla sonrió con anticipación ante lo que estaba a punto de pasar entre ellos y su cuerpo se llenó de una calidez que ni la más fría de las noches podría haber extinguido.

El amor más intenso

Capítulo 4


Layla
Layla se despertó por la mañana sintiendo como la nube de inconsciencia propia de los sueños se deslizaba por su mente hasta estar completamente lúcida. Y feliz…
Estaba en los brazos de Daniel y el calor que irradiaban sus cuerpos juntos la hacía sentirse mejor que nunca. Giró la cabeza para ver la tranquila e inocente expresión en el rostro de él. Verlo dormir mientras su musculoso pecho subía y bajaba con cada respiración… era lo más pacífico que había visto en su vida. Todavía no podía creer las cosas que había sucedido la pasada noche. Sinceramente nunca se imaginó que ellos pudieran entenderse tan bien… Rio mentalmente y lo estrechó un poco más cerca, no queriendo despertarlo. Pero en ese momento las manos de Daniel comenzaron a trazar círculos y formas por su hombro. Su piel se erizó al contacto. Ella se estremeció y enrojeció levemente al sentir la acompasada risa de Daniel. Layla levantó la mirada hacia él.

-Buenos días, amor- dijo Daniel con esa voz tan sensual que había usado la otra noche para hacerla sentir tan bien… mejor sería apartar de su mente ese tipo de pensamientos en ese momento si pretendía desayunar en un futuro próximo... estaba seguro que si empezaban otra vez no habría nada que los hiciera detenerse.

-Buenos días- respondió ella justo antes de que sus labios se juntaran. Daniel la besó de una forma en que no le pareció nada justo el hecho de que hubieran tardado en estar juntos. Sus respiraciones aumentaron y él la tomó por la cintura de forma juguetona.
-¿Quieres desayunar ahora? – le preguntó mientras sus dientes mordisqueaban la fina piel de su cuello. Pero no sintió miedo. Si Daniel no le había hecho daño anoche, después de las horas que habían pasado en su habitación… no creía que corriera ningún tipo de riesgo con él.
-Sí, claro- repuso de forma casual mientras acariciaba su pecho.
Daniel sonrió abiertamente ante el tono de voz de ella y se alzó desde la cama para vestirse. Su cuerpo marmóreo se elevaba hasta la perfección.
Ella lo miraba desde la cama, recorriendo cada centímetro de su sólido cuerpo con la mirada. Daniel sintió su escrutinio y la miró con amor antes de besarla durante un largo rato. Layla se enfundó sus vaqueros, y una fina camisa beige de franela que resaltaba sus curvas.

Poco después bajaron a desayunar. Layla agradeció que fuera domingo y no tuvieran clases. Ella se había sorprendido al verlo comer delante ella como si fuera lo más normal. Recordó la explicación que le había dado Daniel en la mesa de la cafetería. Estaban en un rincón, una mesa que daba a una parte un poco menos iluminada de la cafetería.
-Bueno, puedo comer un poco, no me afecta siempre y cuando consuma suficiente sangre, no tendré problemas. La comida no es necesaria aunque me gusta disfrutar de una buena comida, pero la sangre es esencial.
Layla todavía estaba asimilando el hecho de que fuera un vampiro y que hubiera una civilización completamente distinta a la de ella.
- ¿De verdad? Estaba segura de que los vampiros no podían comer, aunque bueno, qué sabré yo al respecto…- respondió con desenvoltura para no hacerlo sentir muy incómodo. Él sonrió y acarició su mano.
Daniel era sencillamente perfecto frente a ella. Pero siempre lo había sido, y se dio cuenta de que no le sorprendía tanto que él fuera un vampiro, ya que de ese modo justificada tremenda perfección y coordinación de movimientos. No estaba muy segura de si convertirte en vampiro también te hacía tan enloquecedoramente atractivo como él era.
-¿Y qué me dices de salir a la luz del sol? ¿No te afecta?
-bueno, la verdad es que puedo salir a la luz del día sin problemas pero no nos agrada, e intentamos alejarnos en la sombra o en las habitaciones. No puedo morir a causa del sol pero me resulta molesto y el resplandor no es bueno para mis ojos, ya que están mejor adaptados en la oscuridad.
-Se podría decir que de ahí viene el mito- repuso Layla como si estuvieran hablando del puré de patatas que servían en la cafetería.

Ahora se encontraba caminando con Daniel a su lado sujetando su mano rumbo a su habitación. Observó cómo las gruesas cortinas amatistas colgaban de la terraza con ventanas francesas. La habitación estaba inmersa en una oscuridad y tranquilidad que sumieron a Layla en otro mundo. La frescura la hizo sentirse mucho mejor.
Se quedó parada en su sitio intentando que su vista se ajustara a la oscuridad reinante.
Sentía a Daniel tras ella y después de un momento unas velas se encendieron repentinamente en la habitación. El resplandor cálido fue inmediato.
Ella miró rápidamente a Daniel preguntándose qué demonios acababa de pasar y creyendo imposible que él las hubiera encendido.
-¿Has sido tú?- le preguntó en medio de un jadeo.
Daniel asintió ajustando su mirada a la suya. Su boca formó una media sonrisa que la volvió loca.
-No es nada… son pequeños truquitos metales que soy capaz de ejercer sobre algunas cosas, pero no puedo hacer mucho más.
- ¿de verdad?- Layla no paraba de sorprenderse.
Las velas colgaban sujetas a un candelabro por encima del cabecero de la cama y daban a la habitación un ambiente perfecto. Caminó por el dormitorio observando la cama con las sábanas de ceda negras y los demás objetos que caracterizaban a Daniel.
En ese momento recordó la otra noche cuando lo había imaginado en la habitación de al lado, siempre escuchando los sonidos pero sin saber qué hacía. Dios, cuanto lo había deseado y ahora ese sentimiento de inseguridad que la había dominado estaba más que desaparecido.
Lo miró deseando tenerlo más cerca. Él pareció entender su estado de ánimo, pues se lanzó a toda prisa por la habitación hasta donde estaba ella, tomándola en sus brazos como a una niña. Sus fuertes brazos la ciñeron a él y la besó. Pronto sus respiraciones estaban aceleradas.
Después de un momento Daniel la sentó en la cama y se dirigió hacia una televisión y un reproductor de DVD. Removió entre las películas del estante y le preguntó.
-Amor, ¿te apetece ver una película conmigo?
Layla pensó en el hecho de que la luz de sol no era cómoda para él. Podrían aprovechar las holas de sol aquí en su cuarto, y ver una película con él le pareció una idea genial.
-Me encantaría- le aseguró mientras una enorme sonrisa se formaba en sus labios.
Daniel desplazó su mirada hacia su boca por un segundo pero ella lo notó como si hubiera sido una eternidad. Su mirada mostraba una entrega completa a ella, y no supo en qué momento dejó atrás los malos recuerdos para sentirse la persona más afortunada del universo. Si tan solo pudieran tener la eternidad para ambos…

Daniel

Daniel movió sus dedos a lo largo de la espalda de Layla, acariciando la suave y fina piel. Tom Cruise corría en la pantalla plana de la desierta cuidad de Nueva York. Habían escogido ver Vanilla Sky ya que era una de las preferidas de Layla. Él prestaba atención a la pantalla de forma ausente, centrándose en el rose de sus dedos en su piel y en el cosquilleo que sabía que le estaba causando. La camiseta que llevaba hacía muy difícil resistirse a tocarla, aunque fuera a más leve caricia. Layla ponía los ojos en blanco cada vez que bajaba hasta la parte baja de la espalda, y se estremecía de manera casi imperceptible. Casi
Le encantaban los movimientos, las reacciones que tenía. Era tan humana y tan sensible… Aunque desde la otra noche él sentía cosas que no había esperado sentir con tanta intensidad como por ejemplo, los labios de Layla lo volvían loco. Cuando hablaba podía ver con claridad su sensual movimiento y su característica sonrisa. Su olor había impregnado la habitación entera. Eso lo hacía sentirse muy bien. Quería que su olor estuviera en todas partes, la quería sola y exclusivamente para él. Y eso incluía no salir de su habitación.

Unas horas más tardes él sol estaba poniéndose en el horizonte y pronto habría oscurecido. Durante la hora del almuerzo había ido en busca de algo más de comida para ella. No quería perderse ni una de sus comidas y la había observado hasta que quedó llena y satisfecha.
El instinto de protegerla siempre estaba ahí, por lo que registró los sonidos provenientes del exterior en busca de cualquier cosa que pudiera poner a Layla en peligro. Sabía muy bien que el mundo no era tan pacifico como a veces parecía ser y en ocasiones se había cruzado con la gente equivocada. No quería eso para Layla… Quería protegerla de ese tipo de gente, cuidarla. Pero supo con total certeza que todo estaba en orden.
-¿estás bien?- le preguntó Layla con voz somnolienta. En la última media hora la había estado acariciando mientras ella se relajaba tanto que casi se había dormido. Seguramente había notado como sus brazos se tensaban mientras la abrazaba.
-Sí, no es nada.- dijo intentando relajar su postura.
-Hay cosas que todavía no me has contado.
-¿Qué quieres saber?- preguntó de repente.
-¿Cuántos años tienes?
Layla se movió alejándose un poco de él para poder mirarlo mejor. Lo observaba con curiosidad desde su nueva posición, y lucia tan inocente con las piernas dobladas hacia arriba y los brazos entre ellas.
Daniel lo pensó por un segundo, temiendo que su edad la sorprendiera demasiado.
-Amor, tengo 170 años –dijo rápidamente como esperando que pasara lo antes posible
Layla alteró su expresión por un segundo hasta volver a poner el mismo gesto que había tenido.
Antes de que pudiera decir nada la tomó rápidamente de la mano sin decir una palabra. La atrapó en sus brazos, sujetándola como un bebé ya que  ciertamente para él pesaba menos que uno. A la velocidad del rayo la llevó por la noche. La luna se alzaba magnífica encima de ellos.
No se preocupó por si alguien podía verlos ya que para los humanos él solo sería un borrón. Al cabo de unos segundos se detuvo, pues que ya se había alejado lo suficiente del internado. La tranquilidad los envolvió… no habían luces alrededor y el deslumbrante resplandor de la luna que bañaba el rostro de Layla la hacía verse muy sexy. Ella estaba jadeando todavía sin entender que había pasado. Hacía un momento estaba en la cama de su habitación y ahora se encontraban en un desierto verde en la oscuridad de la noche. Era sorprendente lo rápido que había desaparecido el sol.
Un angosto río corría y deslizaba cerca de donde ellos estaban. El claro era sencillamente grandioso, así que no había dudado en llevar a Layla allí. Quería mostrarle lo que podía hacer, pero sobre todo quería un lugar en el que se sintiera mejor, y en el que no tuviera reparo en preguntarle lo que fuera.
La bajó para que pudiera estar más cómoda. Por unos segundos solo se limitó a mirarlo sin decir nada. Le pareció que estaba intentando averiguar si estaba soñando o lo que acababa de pasar era real.
-¿Cómo has…?- Layla cerró los labios formando una línea y sus sorprendidos ojos recorrieron el lugar donde estaban como si de repente hubiera dejado de importarle lo que iba a decir. Su boca formó una tierna o y se inclinó sobre la hierba para poder tocarla.
Se sentó junto a ella esperando que encontrara las palabras que tanto quería decir.
-¿te gusta? – Inquirió Daniel finalmente. Llevó su mano hasta su cara para acariciarla.
Layla sonrió como nunca la había visto y dijo:
-Daniel eres magnífico…- dejó la palabra en el aire mientras lo miraba a los ojos antes de besarlo.
-bueno, no creo que eso sea muy objetivo viniendo de ti, pero no sabes lo feliz que me hace que pienses eso. Aún no puedo entender la suerte que tengo, el hecho de que no quieras huir de mí, que no te asuste con solo mirarte.
- ¿Por qué iba a hacer eso?- demandó ella como si Daniel hubiera estado hablando en latín y no pudiera entender por qué había llegado a esa conclusión. Cuando él empezaba a responderle, le interrumpió.
-Daniel, no te tengo miedo porque que no me harás daño. Yo tampoco puedo decirte con exactitud de donde viene ese sentimiento pero es así. Y ya perdí demasiado tiempo desconfiando de mis sentimientos, considerando mis inseguridades por encima de lo que sentía por ti. El hecho de que seas un vampiro no va a cambiar nada de eso porque bien podrías tener tres brazos y mis sentimientos seguirían siendo igual de fuertes.
Daniel la miró intensamente moviendo sus manos nerviosamente por un momento. Después miró hacia el horizonte pensativo.
-realmente me dejas sin palabras…-Daniel no concebía que la mujer que lo amaba era de echo una hembra de valor, y la más hermosa que había visto nunca. A pesar de todos los años que había tenido para enamorarse o sentir algo por otras chicas, nadie había podido calarlo tanto como ella. Se sentía afortunado de que Layla lo aceptara tal y como era sin querer cambiar nada.-Soy realmente el chico más afortunado. Porque eres una buena persona por la que vale la pena luchar y por la que nunca podría dejar de sentir lo que siento ahora. Tú, Layla, has sido la única que ha podido atraparme de esta manera. Que has sabido ser una increíble amiga, y la mejor novia. De verdad que intento buscar palabras para explicártelo pero no encuentro la manera de hacerlo en la forma en la que lo mereces.

Layla lo miró mientras su cantarina risa resonaba en el claro. El correr del agua se oía muy cerca de ellos y el húmedo sonido pegaba a la perfección con la alegría de ella. Después se quedó en silencio y una cálida brisa recorrió el claro. La luz de la luna había transformado el lugar, haciéndolo verse irreal y hermoso.

-Cuando tenía siete años, mis padres tuvieron un accidente. Tenían trabajo por lo que yo me quedé en casa con una niñera que venía a veces a cuidarme. Esa tarde la llamaron, pidiendo que me pusiera al teléfono. Supe que mis padres habían tenido un accidente del que ninguno había sobrevivido. Lo primero en lo que pensé es que había recibido la noticia sola, sin nadie que pudiera apoyarme. No había nada que pudiera haberme hecho sentir mejor pero no paraba de pensar en que me quedaría sola para siempre. Era egoísta por mi parte haber pensado en mí en ese momento. Yo estaba viva, mis padres no. Jamás volvería a verlos y maldije que ellos no pudieran vivir más tiempo pero yo todavía continuaba parada ahí. Siempre intenté ser fuertes y esforzarme en la vida por ellos. Me entristecía no tener un recuerdo definido de un alocado desayuno familiar, o una salida por el parque de atracciones. Yo nunca pude vivir ese tipo de cosas con ellos porque habían trabajado mucho para poder darme una vida mejor cuando creciera. Nunca tuve eso. Me acostumbré a ser muy independiente… cuando intentaron dejarme con algún familiar y no pudieron me llevaron a un orfanato durante los primero años. Y finalmente acabé aquí. Aprendí a no aferrarme demasiado a las relaciones de amistades o de cualquier tipo por miedo a perderlas algún día y volver a pasar por lo mismo. Pero tú cambiaste eso. Cuando te vas…bueno, recuerdo todas las cosas por las que he pasado sola…
Pero tú haces que los malos recuerdos no sean tan malos y que me den ganas de tener nuevos y felices recuerdos contigo. Es a ti al que debo estar agradecida.
Daniel la estrechó en sus brazos, dándole calor. No quería pensar en lo sola que había estado, y por lo que había tenido que pasar desde tan pequeña.

-Layla, lo siento tanto... Es normal que pensaras en ti cuando supiste lo que paso, eras solo una niña asustada que de repente se había quedado sola en el mundo. Has pasado por algo muy duro, pero gracias a eso eres tan fuerte. Te admiro por ser capaz de seguir con tu vida e intentar estar bien por ellos. Amor, jamás voy a dejarte, te lo prometo.

Layla

Layla no pudo contener las lágrimas, porque a pesar de la situación se sentía feliz sintiendo sus brazos abrazándola. Manteniéndola de alguna forma de su lugar… Para ella era difícil hablar de sus padres pero con Daniel había sentido que tenía que hacerlo. Algo se estaba planeando en su cabeza… esperaba no estar equivocándose.

Un rato después Daniel la llevaba a toda velocidad hacia los jardines del internado, camino de sus habitaciones. Se había asustado la primera vez  que la había llevado, aunque no había tardado más que unos poco segundos. Esta vez estaba alucinando pero le encantaba la brisa sobre su cara y no mirar a Daniel mientras corría era imposible. Necesitaba ver que aquello era real, que no desaparecería de un momento a otro en un sueño. Sus brazos se sentían cómodos y quiso que nunca dejara de correr.
Demasiado pronto para su gusto llegaron a su cuarto. Entraron por la terraza en un veloz salto que los impulsó hacia arriba rápidamente. La noche estaba muy tranquila. Daniel la soltó posándola de pie en el suelo.
En el momento en el que entraba por la puerta corrediza, las velas se encendieron dejando un resplandor cálido por la habitación y sobre la enorme cama. Layla sonrió y se volvió a ceñir al pecho de Daniel.
-mmmmm…- se limitó a ronronear.
-ven aquí, déjame cuidarte.
Daniel volvió a tomarla en sus brazos, esta vez caminando hacia el cuarto de baño. Por el camino fue desvistiéndola, sin torpezas, sin vacilación. Sus rápidos movimientos hicieron el trabajo sin problemas. En algún momento activó el agua caliente que empezó a caer como una cascada.
Sus ropas también quedaron atrás en un parpadeo, no siendo más que estorbos.
La metió con él bajo el agua ardiente. Simplemente la abrazó mientras yacían ahí. Su escultural cuerpo se adaptó al suyo como si de dos piezas de un puzle se tratara. La sostuvo, en silencio. Layla se dejó llevar por lo que sentía. Esto era algo que había necesitado, algo que le había hecho darse cuenta de que ella no era la culpable por la ausencia de sus padres. Y quizás algún día volviera a verlos… pero ahora Daniel ocupaba toda su mente. Él calor del agua los mojaba a ambos, fundiéndolos en una única persona. Sentía como si el agua la limpiara, y se llevara el dolor con ella.
Los dulces y apremiantes labios de Daniel recorrían su mandíbula. Sabía que había hecho aquello por ella, para demostrarle que la entendía. Una vez el también perdió a sus padres, y al estar los dos bajo el agua sabía que era un gesto para mostrarle lo mucho que la amaba. Y ella no podía sentirse más feliz.